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Catálogo de obras y autores del Archivo Musical de la Recoleta Dominica

Solapas secundarias

Consumo musical en la Recoleta Dominica entre 1815 y 1851


Los libros de cargo y data tratan de noticias sobre gastos del convento, incluyendo los de música. ¿Por qué surgen en estos años, a qué objetivo o política religiosa responden, qué procesos evocan?

La única información disponible sobre ellos fue rescatada por el musicólogo Víctor Rondón antes de 1998, época en que obtuvo permiso de la orden para investigar y realizar transcripciones.

Luego la orden dominicana entregó en comodato a la Dibam el claustro de la Recoleta, la biblioteca y la colección dominica, con el fin de poner a disposición del público el patrimonio atesorado por más de 200 años, pero esta entrega no incluyó los papeles relacionados con la administración del convento.

Los documentos están fechados en el período que coincide con el proceso de consolidación de la Independencia chilena de la corona española. Se trata de años de mucho dinamismo y apertura cultural de la sociedad, además de conflictos de orden político, que incluso afectaron las sensibilidades dentro de los conventos.

Los expertos sobre historia musical chilena no han distinguido cambios significativos entre 1810-1818, pero han identificado una etapa considerada como el "inicio de un quehacer en la creación musical" entre 1820 y 1855 (Merino s.f.: 108-112).

Impulsada por cambios socioeconómicos, llegó al país la ópera, principalmente italiana, y lo hizo junto a un importante contingente extranjero de músicos que renovaron los repertorios, los espacios sonoros y la sociabilidad en su entorno.

Dentro de esos ambientes, hubo gran preocupación por la aparición de la figura del compositor en tanto personalidad única, capaz de engendrar una obra original y diferente.

¿Qué pasó en los entornos religiosos? ¿Qué ocurrió dentro de la Recoleta Dominica? Con la información contenida en los libros de cargo y data, fue posible confeccionar una lista cronológica de gastos ejecutados entre 1815 y 1851.

En ésta se advierte que las inversiones en diferentes insumos musicales aumentaron al avanzar los años. Instrumentos, libros de enseñanza, reparaciones y papeles de anotación fueron los más comprados. También se contrataron más músicos, que trabajaron con mayor regularidad.

Según Rondón, el mayor gasto no implicó un cambio significativo en el repertorio musical. La prolongación de prácticas musicales coloniales bien entrado el período republicano se advierte en el pago de villancicos hasta mediados de la década del treinta y en la mantención de instrumentos tradicionales del siglo XVIII como el de arpa, clave, violines, pito y tambor.

La sucesiva aparición del contrabajo y violoncello, entre los instrumentos de cuerdas frotadas, y de clarinetes y flautas, entre los de viento, formaron una agrupación instrumental cada vez más importante, que junto al órgano (uno grande y otro pequeño) y a los violines ya existentes, evidenciaban el propósito de constituir una orquesta de proporciones considerables.

Contrasta esta tendencia con la observada en la capellanía de la Catedral de Santiago, en donde las autoridades planificaron la compra de un órgano para prescindir de la orquesta.

El último documento de este conjunto documental es de noviembre de 1853, año en que se puso la primera piedra del nuevo templo y convento de la Recoleta Dominica, cuya construcción se prolongó durante las siguientes tres décadas.

En 1882 la Recoleta renació con mejores espacios para el coro, la orquesta y el órgano, donde se lucieron destacados compositores e intérpretes. Esta nueva etapa artística y musical está asociada a la figura del superior fray Francisco Álvarez, quien vio la música como un elemento importantísimo para realzar la liturgia y motivar la asistencia de los fieles a ella.

El convento de la Recoleta Dominica se transformó en un ambiente alternativo a la labor de intérpretes y compositores entre los que se cuentan varios maestros de capilla de la Catedral de Santiago, como José Antonio González, Manuel Salas Castillo, José Zapiola, e incluso José Bernardo Alcedo, el destacado compositor peruano de quien el Archivo conserva varias obras, algunas de ellas autógrafas.

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